Cuando le preguntaron a Clorindo Testa qué sentía al enterarse de que iba a ser demolida una de sus obras, la Casa Di Tella, él contestó: “Yo creo que las obras no están hechas para que perduren. Uno puede decir que el Coliseo de Roma va a perdurar. A la Catedral de Notre Dame no la van a tirar abajo; al Duomo de Milán tampoco. Pero cuando uno hace una obra no anda pensando esto va a ser memorable y durará para siempre. Las obras de estas características tienen dueños y los dueños cambian de ideas. También cambian las personas y la sociedad: lo que era válido hace veinte años, ahora no lo es. Es inevitable que sea así. A mí en lo personal no me molesta en lo absoluto que demuelan una obra mía: no hago las cosas para que queden para siempre. Las cosas las haces para que funcionen cuando te las encargan y duran lo que tienen que durar. La Casa Di Tella estaba hecha para Di Tella y Di Tella se murió. En algún sentido ya no es más su casa… Pasó a ser parte de un instituto que la compró. Por lo tanto, las funciones que necesita son otras”. [1]
En el discurso de Testa se puede notar una notable humildad que pareciera poco frecuente en el ADN del arquitecto que anhela la eternidad de sus obras. Y es que este deseo de eternidad nos fue impuesto casi como una orden, una necesidad. Bien lo sabía Palladio cuando mencionaba a Vitruvio: “utilidad, perpetuidad y belleza”.
Éstas son las cualidades que un edificio debe tener. Perpetuidad. Debemos construir obras que soporten el paso del tiempo, que sean duraderas. El arquitecto debe pensar en el futuro.
Parecen acertadas las palabras de Testa cuando habla de la perpetuidad del Coliseo Romano o el Duomo de Milán, pero ¿Acaso todas las obras comparten el mismo destino? O ¿Deberíamos aceptar que muchas veces construimos arquitectura efímera? Después de todo, hasta en la naturaleza todo tiene y cumple un ciclo.
Al caminar por las calles de Buenos Aires, es bastante común ver edificios que se demuelen, dando paso a nuevas construcciones, por lo general más altas y grandes, pero debo confesar, no siempre más bellas y dignas. Aquí también rigen los ciclos de la naturaleza. Pero irónicamente, estos cambios no siempre presentan una evolución.
Bien conocían los peligros de estos cambios los vecinos del barrio de Palermo quienes no concebían tirar abajo los gruesos y añejos muros del conjunto de viviendas de la calle Araoz 2532 en pos de una nueva titánica torre residencial. Organizados, se propusieron juntar firmas para proteger la pieza patrimonial de 1941, diseñada por el arquitecto Andrés Kálnay, aunque no fue posible evitar la demolición.
En este sentido, hacia otros lugares, Hugo A. Kliczkowski Juritz en la petición digital que busca la puesta en valor y protección del parador marplatense Ariston señala que “los edificios se construyen también con las historias que en ellos suceden, dejarlos abandonados y al borde de su desaparición provoca la desaparición de nuestras propias historias. No debemos dejar que suceda”. La obra de los arquitectos Marcel Breuer, Eduardo Catalano y Carlos Coire se encuentra clausurada, y muy deteriorada.
De misma manera, en el noreste del país, tres paradores turísticos producto de los arquitectos Boris Davinovic, Augusto Gaido, Francisco Rossi y Clorindo Testa se encuentran desprotegidos. De las tres construcciones solo una fue reconocida como Patrimonio Municipal. Hoy en día, la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales (UNaM) trabaja en la difusión y concientización de su valor patrimonial.
Pero no todo está perdido, están aquellas edificaciones construidas en otras épocas que han podido revertir ese penoso destino y han mutado. Por ejemplo, la Abadía de San Benito. Pensado en 1929 como un lugar de retiro, el monasterio de Palermo funcionó correctamente hasta 1971, cuando fue desalojado ya que no ofrecía la calma y el silencio necesario. El edificio se mantuvo desocupado hasta que en el 2014 fue sede de Casa FOA. Actualmente y después de una minuciosa tarea de re funcionalización, respetando el patrimonio arquitectónico, el edificio sirve como centro cultural, alojando 5 salas para exhibiciones, un auditorio y una biblioteca.
Reiterando, las edificaciones contemporáneas que intentan sustituir estos antiguos edificios no siempre han dado buenas soluciones, como por ejemplo a la problemática del habitar. No es casual que muchos porteños elijan edificios del 1900 para vivir por sobre las construcciones actuales.
Tal es el caso del conjunto de viviendas ubicado en Ugarteche y Cabello, conocido como Palacio los Patos. Un lugar tan codiciado que no presenta ni avisos de alquiler ni de venta, sino una lista de espera que continúa hasta la actualidad. Y teniendo en cuenta que el conjunto fue diseñado en 1929 no puedo evitar preguntarme: ¿Cómo es posible que después de más de 80 años siga teniendo vigencia? ¿Por qué esa obra no se demolió y otras de sus coetáneas sí? ¿Qué determina qué una obra tenga fecha de caducidad y otra perdure en el tiempo?
Y es que quizás en la arquitectura, como en la naturaleza, las especies que sobreviven no son las más fuertes ni las más inteligentes, sino aquellas que se adaptan mejor al cambio.
[1] "Las obras no están hechas para perdurar". Acceso 31 de Octubre, 2018.
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